A propósito del Hidalgo Alonso
Quijano
En un lugar, del cual detesto no olvidarme, salió al mundo
de los desvividos, una mujer, hace relativamente poco, en el 2002. Rodeada del
siglo que le tocó habitar, pasaba sus días de gris en gris.
Las palabras no las
oía, demasiado ruido; los diarios, solo
los compraba para prender la estufa o revisar las ofertas de empleos, los
domingos. Sabía que era inútil buscar noticias, solo aparecían las novedades
convenientes.
La tele, la prendía
para sentir presencias en una casa demasiado sola. Conocía por desgracia todas
sus triquiñuelas, que llegaban del celuloide y gritaban que en algún lugar de
Venezuela, Brasil o Argentina las cosas que empezaban mal tenían arreglo justo
en el último momento; la tele que sentaba a las mujeres, con el delantal
puesto, a llorar desventuras ajenas para olvidarse de las propias; enamoradas
de galanes que hacían estremecer la piel solo con un primer plano.
Y señores, eso sí que
eran besos, no los desabridos que tenemos en casa.
A ella le gustaba leer y leía hasta que sus ojos enrojecían
Vivía con ella su marido, que trabajaba de sol a sol.
“Porque vio, la
crisis, no alcanza para nada, hay que laburar”
Y cuando llegaba a casa prendía el televisor
y toda actividad, dígase charla, comida o visitas se hacía junto al cuadrado luminoso.
Antes estuvieron los
niños y era distinto. Había ruidos, desorden y cuentos que inventar a la hora de
dormir.
No había tiempo
para culebrones, la única luz de la
habitación era el artefacto del techo o el sol en la ventana. Claro, que se
miraba el televisor pero en ese espacio de dos que comparten el fin del día Terminaba cansada, entre las
clases y los hijos pero con una extraña sensación de vida, de abismos pero
siempre con puentes al otro lado.
Crecieron, estudiaron y se fueron a hacer sus caminos.
“...A España, mami, allí hay trabajo”
¡ Políticos de... ¡ay! diga que una no es boca
sucia, si no... Qué nos hicieron, antes éramos la Suiza de América, ahora un
páramo que cada día deja sus lágrimas en el aeropuerto donde banderas, mochilas
y materas muestran lo triste de las despedidas. Odio las despedidas, odio los aeropuertos,
extraño a mis hijos... tan lejos...
¿Qué le quedó cuando volvió a casa? Un
gran desorden, camas que no se iban a usar y ese vacío que quiso tapar con
la rutina resbalando entre cuatro cacerolas y una
escoba Y con el tiempo me acostumbraré
Ahora no es como antes, con las computadoras, se habla todos los días
Además, lo principal es saber que estén bien.
Terminaré acostumbrándome, seguro que sí.
Quedó quieta ahí
rodeada de esos tiempos con palabras, diarios y tele haciendo lo mismo, siempre a la misma hora y sufriendo por arribar al
final de mes con un pesito en el monedero.
En fin, diríamos, días típicos de cualquier
respirante uruguayo del 2002. Tenía alrededor de cincuenta años, era robusta,
con los kilos de las mujeres cincuentonas que no son queridos pero salen invictos frente a cualquier dieta, la mirada apagada de quien
perdió el pleno de la jugada, en un momento que no recuerda o no quiere
acordarse.
Jubilada por la “ley
madre,”ya sabemos lo que suman las jubilaciones de los docentes en aquellos lugares, (nos olvidamos decir que
era maestra) nuestra pobre mujer contaba con muy poquito para armar la olla. La carne, tan elemental en la mesa uruguaya, la veía solo una vez por
semana y generalmente en “milanesas” (carne rebozada) que era una de las formas
más apetecidas.
Unas milanesitas con
puré decía el esposo y ella aplanaba el medio kilo de carne para que rindiera, almuerzo y la cena.
Pero para ese milagro había que acompañarlas con puré, ensalada de huevo
y arroz, tomate y lechuga y los bollitos de queso que se hacían con el
huevo sobrante agregándole queso y pan
rallado.
Las más noches se contentaban con una sopita No las sopas de puchero que preparaba su madre
con huesos de caracú o trozos de carne. La
boca se me hace agua al recordar
aquellos años y la voz de la mamá “Vengan
a mojar el caracú que se enfría y frío es asqueroso” O el puchero de
gallina cuando llamaba “ quién quiere los
huevitos” y uno los comía con sal sobre la misma espumadera quemándose
los dedos. ¡Qué años!
Pero volvamos a su
sopita, el gusto a carne venía de un caldito prensado en un cuadrado y la consistencia del
licuado de las verduras.
Se levantaba a las 7 con el marido, que salía temprano a trabajar. Desayunaban juntos porque luego
no lo vería en todo el día. (Había concentrado en él todas las presencias de
forma casi enfermiza.) Después, ya sola, añoraba el horario escolar, cosas de locos, y empezaba la limpieza
de una casa limpia pero si no ¿qué hago?
La casa la vendimos para comprar el reparto de Juan
Y sí, a los vecinos también los perdimos; uno se cambia de barrio, y pese a las
promesas, no vuelve. Nos fuimos a la casa de mamá que estaba vacía, mi barrio
de niña.
Acá tengo una señora
amiga que me acompaña a la feria, me
consigue discípulos particulares, y muchas veces miramos juntas la tele. Era
empleada de una oficina pública. Ella me invitó a ir a la casa de una vidente
doña Tere
. “Vamos mujer así te
sacás la duda del tema de tu madre y el misterio de la pulserita. A mí me trajo
a la finada Diana que me dijo dónde estaba la escritura de la casa que busqué
hasta reventarme”
Y fui, vaya a saber por qué . Llegamos a la
casita al atardecer porque parece que es
momento de los contactos. Nos sentó
alrededor de una mesa, ahí la verdad, ya quería irme, me sentí ridícula y si no lo hice fue porque
me dio vergüenza. Me dije en un rato termina Nos hizo tomarnos de la mano y
empezó la sesión llamando a alguien de
mi familia. Murmuraba , con voz profunda:“ Lucía, Lucía, ven Lucía, que aquí tengo a alguien de
tu sangre que quiere hablarte”Yo miraba a mi amiga y le decía; no conozco
ninguna Lucía “Silencio, silencio que
siento una presencia: Luciana, Julieta,
Julia”
Salté del banco, solté
las manos de la vieja y de mi amiga y sin saberlo grité,¡ la tía Julia! .
“ No se separen, que
no se rompa el círculo,¡ quiere comunicarse!. Julia te entendí Julia aquí está
tu sobrina”
Yo para mis adentros pensaba, qué le va a importar, si nunca me prestó
atención Era de esas tías solteronas, con mucama y campanilla y un amante de
por vida, nunca reconocido cada noche esperado. Pero ella porfiaba“Sí tu
sobrina, Helena, Helenita, sí, qué le quieres decir, comunícalo. Habla ya”
En eso, quizás efecto de un ventilador, que
escondido tras la cortina provocaba ese aire glacial, tan a propósito para la
circunstancia, cayó un portarretrato con la virgen del Carmen, sobre el
platillo de las monedas, que se dejaban a voluntad .
“Sí Julia te entendimos, quieres que tu
sobrina encuentre el tesoro. Sí un
tesoro, oro mucho oro pero dónde...
.¡ No te vayas Julia,
dinos más!.
No, es inútil, la perdimos, quizás mañana…
Mi amiga me hizo una
señal al mismo tiempo que se levantaba y yo prendidita de la cartera me paré La
mujer tosió y recién ahí entendí que debía dejar algo que levantara la estima
del plato. Traspuesto el zaguán mi amiga fue una máquina de probabilidades.“¿
Dónde vivía tu tía?¿ Era rica?¿Cuándo murió? Mañana volvemos”
No digas disparates Puro invento No te fijaste
la patraña del ventilador. Yo no dejo un peso más allá
“Tenés sangre de pato.
Mirá si es verdad. Pensá si sos rica y no lo sabés”
La verdad es que no debí gastar un peso en
tanto disparate. Ya sola, camino a su casa, vio que el camión no estaba.
Mejor no le diré nada, sino me
va a reprochar el gasto y lo peor me va a tomar por loca. Y debo estarlo.
Cerró el zaguán y se
puso a pensar en la cena. Hago una pizza para acompañar la sopa. Mientras disolvía la levadura en el recipiente la envolvían las palabras poco
a poco. Ella no las buscó. Le llegaron por rutas desconocidas, frases y
recuerdos de la casa y sus recovecos Recordaba los cuentos de su abuela que
siempre llegaban a la guerra civil y ahí coloreaban historias.
Elsa no se enteró, quizás la casa que mencionó la mujer era la suya, que había pertenecido a su familia por varias generaciones. Claro, nosotros sabemos que no se habló de ninguna casa pero quién puede decir qué senderos tomaron las palabras en su mente. La masa iba leudando poco a poco.
Sí... puede ser la historia aquella del fugitivo, la abuela no se
cansaba de contarla Quién sabe si no enterró un botín Eran tiempos de guerra
Decía que era un emisario quizás llevaba oro para armas Pudo haberlo escondido
para regresar luego y morir y todos estos años las monedas allí Oro mucho oro,
dijo, monedas de oro ¿cuánto valdrán ahora?
El bollo se iba dilatando cada vez más Ya casi ni cabía en
la fuente En eso se escuchó un motor que se callaba.
Llegó Juan No le voy a decir nada...
Vino cansado, le dio un beso, dejó la campera tirada sobre el sillón y fue al baño. Sintió el chorro desde al cocina.
-No olvides tirar la cadena, está todo limpio y ese orín, concentrado de todo un día, deja un olor a
baño público que detesto-.
-Sí-
Salió del baño,
encendió el televisor y se sentó sin volver a la cocina.
-Podemos cenar .Hoy no almorcé-
Se escuchó en medio
del informativo
-Si, hice pizza, no tengo “mozzarella”
pero le rallo un poco de queso fresco¿
te parece?-.
-Si, está bien-
-¿Será suficiente o
caliento sopa?-
-Más que suficiente-
-¿Te ayudo?-
-Sí pon la mesa por favor-
- La pongo en la chica-
La chica estaba al
frente del televisor Otra cena silenciosa
-Quería comentarte.-
-Mirá dan. La estafa-
- Hoy me pasó algo
raro.-
-Es buenísima-
A partir de ahí se
instaló el silencio y la película rigió
todas las emociones.
Las vecinas al otro día, se extrañaron al ver, la
vereda con hojas, la puerta cerrada, las
persianas bajas, y no aparecía colgada en el árbol como siempre a las 8, la bolsita de la basura.
No, andaría de paseo.
Sin embargo descartaron la posibilidad del viaje cuando escucharon los ruidos Eran
imprecisos, algunos decían que era un taladro, otros hablaban de martillazos y
hasta hubo quien reconoció mazazos, cristales rotos y escombros desmoronándose.
Duraron todo el día asombrando al barrio El teléfono no
contestaba aunque la estridencia se
escuchaba desde la calle, si uno se arrimaba a la ventana.
Elsa, se guardó muy
bien de hablar del tema con las otras, porque sentía miedo de lo que pasaría allí adentro, le zumbaba aquel
“oro, mucho oro escondido” Armándose de valor presionó el timbre, nada; golpeó
la puerta con los nudillos; nada, la llamó gritando.
-¡ Helena, por favor abre!-
Nada
Parecía otro mundo
detrás de la puerta. Esperó al marido hasta el mediodía, repartida entre la
casa y la calle.
-Porque quién sabe lo que le pasa a la pobre mujer-
Pero el hombre tenía
la vuelta larga, no vendría hasta la noche. A las 3 de la tarde, muertas de
curiosidad llamaron a la policía Pero el comisario.-De ninguna manera sin denuncia, sin gritos, solo por unos ruidos La
mujer estará de reformas.
O acaso, no se acuerdan lo qué es.
Que no vieron albañiles.... pues ni que hayan
pasado la mañana vigilando.
Está trancada, pues
bien, no tendrá ánimo de visitas con tanto alboroto Ya sabemos como se ponen las
mujeres al primer polvillo de revoque.-
Pero Elsa no se conformaba.
- Pasó el día y no supimos nada, se da cuenta, doña-
Esa jornada nadie prendió el televisor, el
espectáculo estaba en la casa del 323 de Río de la Plata. Cuando llegó
Juan, cansado después de un día de ventas escasas y de cobranza difícil,
encontró el barrio alborotado. Apenas pudo atracar el camión se le abalanzaron.
- No la hemos visto. Se escucharon ruidos
¿Están de reformas?-
Las mujeres solo obtuvieron un “Buenas tardes”, seco.
Despejó el caminó, entró a su casa, separando así su mundo del tumulto.
Esta vez, al llegar, no hubo beso, ni campera en el sillón,
ni baño. Hubo silencio Un silencio excesivamente profundo después de tanto
ruido.
La mujer levantó la
cabeza solo cuando lo vio El portazo marcó el último ronroneo del taladro. Y
las miradas se cruzaron perdidas y afónicas.
- No sabes, cuando
empecé al lado de la cocina se oía
hueco. Estoy segura que las monedas están allí. Ayúdame con el taladro.-
No quedaba ningún
azulejo, el caño desnudo de la canilla pedía clemencia. En el piso, una montaña
de escombros mostraba la fuerza que puede tener una mujer cuando quiere lograr
algo. La mesa desaparecida detrás del polvillo mostraba aún las tazas con los
restos del café con leche del desayuno.
En fin, parecían las
tomas de un director de cine en una película de guerra o catástrofe.
- ¿Qué has hecho?¡ Estás loca!-
Las miradas seguían
sordas.
-No escúchame el espíritu de la
tía Julia me mostró donde estaba el
tesoro del fugitivo Claro a ti no te conté por eso no entiendes. Un relato de
mi abuela que siempre creí una leyenda pero ya
no, está aquí Vamos a ser ricos, Juan vamos a poder traer los nenes y
todo será como antes Sabes lo que valen esas monedas, un dineral, con eso nos
paramos para toda la vida. Adiós ausencias, de nuevo todos. Ayúdame por favor,
que ya lo tengo.-
-Loca, estás
rematadamente loca-
Con disgusto, más por los números que le rondaban en la
cabeza, que por la locura de su mujer; levantó el tubo y marcó el de la mutualista. “¿Emergencias?”
-¿No me crees, verdad? Es
cierto. Ayúdame a mover estos caños Está ahí puedo verlo, por qué no me tienes
confianza.-
-Confianza, las pelotas. Dejá
ese martillo ya. Dejá todo. No te muevas No sé cómo voy a hacer para arreglar
esto. Es lo único que me faltaba.-
Las miradas enfocaban
hacia sitios distintos
La mujer se apagó de repente al impulso de la rabia. Cuando
llegó el médico y habló de internarla no
dijo nada. Recibió la inyección de lexotán sin chistar. En la camilla de la
ambulancia, solo, musitó:
- Está ahí lo sé.-
A partir de ahí no se levantó más a las 7, ni barrió la
vereda, ni limpió sobre lo limpio Muchas veces el marido la encontraba
semidormida en el sofá frente al televisor. No había cena porque se olvidaba de
cocinar, perdió kilos porque se olvidaba de comer. Ahí sí, el marido se preocupó más por ella
que por pagar los arreglos. La siquiatra
aumentó la dosis pero no encontró a la mujer, que quedó perdida tras una bolsa
que dejó un fugitivo a su bisabuela, que hoy valdría una fortuna y que nadie
buscaba.
El albañil puso material
sobre la cañería desnuda. Ahí aceptó la derrota.
Diez centímetros más
abajo en un hueco perdido de la pared,
en una mordida de ladrillos viejos, más grandes que los actuales,
desparramándose sobre una tela podrida, descansaban quizás para siempre las
monedas de oro legítimo acuñadas en
Perú, que un hombre escondió en esa casa para volver por ellas al otro
día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario