EL
DOLOR, EL HOMBRE, DIOS
LIBRO
DE JOB Capítulo III : EL SUFRIMIENTO DEL HOMBRE JUSTO.
Libro
de Job I (Versión
de la Biblia de Jerusalén)
En el siglo IV A.C., posible fecha de
creación del libro de Job, Atenas escucha a Platón y su teoría del mundo de las
ideas, el Cercano Oriente es objeto de una multiplicidad de influencias, entre ellas se destaca la doctrina de la
sabiduría. Los judíos retornados del exilio vuelven a sus tierras, cruce entre Occidente y Oriente, tierra de
pasaje y de mezcla de razas e ideas. La unidad del pueblo judío, se mantiene
basada en la religión, gracias a la férrea reforma religiosa de Esdrás y Nehemías.
El tema de la existencia como sufrimiento sin
explicación aparece según J. Stienmann tres veces dentro del Antiguo
Testamento: Jeremías, el Servidor de Yahveh y Job
En esta época, entra en crisis la teoría
de la retribución terrenal y no hay respuesta al porqué del dolor. La
retribución terrena decía que el justo recibe su recompensa en la tierra durante su vida, como el malvado su castigo.
El Sheol era solo un reino donde iban las
almas luego de la muerte, semejante al Hades griego. Los amigos de Job siguen
la ortodoxia y mantienen esta doctrina, la recompensa o castigo se da en vida.
El Prólogo del libro, bajo la forma de relato, sitúa al
personaje en tiempo indefinido “había” y en
lugar “Us” cerca de Edom. Nos da su nombre, sin significado, algo poco frecuente en la
etimología hebrea, ampliando la visión del mundo judío a todo el Cercano
Oriente.
“Hombre cabal y recto que temía a Dios y
se apartaba del mal” Solo en tres personajes, aparte de Job, vamos a ver esta fórmula de perfección:
Ezequiel, Noé y Daniel”
Además de su conducta intachable, Job es
sacerdote. Realiza sacrificios a Yahvéh
por cada uno de sus hijos para purificarlos. Dentro de la doctrina, retribución
terrena, Job goza de poder, el número perfecto
de hijos: diez, siete varones y tres mujeres; su rebaño es de siete mil
ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes. Recibe la compensación
perfecta a su conducta intachable. La primera escena del prólogo crea sensación
de calma, de vida hecha y sostenida por la virtud y fidelidad a Dios
La segunda transcurre en el cielo, y aparece
el problema con Satán, hijo de Yahvéh. Se presenta con
sus hermanos y sugiere que la creación
es imperfecta porque la mejor criatura: el hombre lo es. Satán no representa al
mal, ni siquiera es antagonista de Dios, solo que a diferencia de los otros,
duda de la fe del hombre considerándolo interesado.
Yahvéh defiende su creación con Job, como
hombre “cabal…” Y Satán argumenta los beneficios que tiene. Propone una apuesta,
jugando, uno por la fidelidad y el otro por la maldición. Así se rompe el
equilibrio de la retribución porque Dios permite mientras esté en la tierra el
despojo, primero serán los bienes materiales e hijos en este orden. Pero Job se mantiene, cumple el ritual de duelo y
bendice el nombre de Yahvéh. Ya sabemos en la literatura bíblica, el nombre y el ser
son la misma entidad.
La
actitud es de una grandeza que amerita el verso, el narrador deja el lenguaje
prosaico “Yahvéh dio, Yahéh quitó…” Aún frente a la mayor pérdida de un hombre,
el hijo, aquí son todos, Job acepta la voluntad de Dios y su derecho a quitarle
lo dado. Satán pierde
Luego, en la siguiente escena en el
cielo, se profundiza la apuesta, enfermando a Job, no de cualquier enfermedad sino atacando su piel.
Esto lo demuestra impuro, pecador según
las creencias religiosas. Se consideraba la enfermedad en la piel como castigo
por una falta grave. Job está tranquilo, él no ha pecado y acepta con
resignación, la humillación de ir a la basura, de rascarse desde la coronilla a
los pies Aquí la mujer de este sigue el rumbo que Satán
esperaba en el personaje induciéndolo a la maldición y posterior muerte. Pero
este vuelve a conmovernos con su lealtad, “si aceptamos de Dios el bien, ¿no
aceptaremos el mal?” Su fidelidad va más allá y acepta el dolor como antes la
felicidad.
¿Qué es lo que sacude entonces al
personaje para el cambio? La llegada de los amigos, su ritual de penitencia o
duelo y fundamentalmente su silencio de siete días con sus noches.